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Situación de crisis y ventiladores mecánicos: ¿a quienes vamos a salvar?

13 enero, 2021

POR MANUEL CAMPOS R. ALUMNO DE MEDICINA UFT, QUINTO AÑO.

Ante la actual crisis sanitaria que acompaña la pandemia mundial que es el COVID-19, como humanidad hemos puesto al límite nuestros sistemas de salud. Independiente del país, sus recursos, su orientación política o sus creencias locales, todos aquellos que sufrieron más infectados, se han encontrado en su máxima capacidad de atención salubre.

Basta con ver las estadísticas de la OMS y otras fuentes locales de cada país, recopiladas y publicadas en la plataforma de Google todos los días desde el inicio de 2020 (1) o incluso nuestras propias curvas de contagio del MINSAL (2), para entender la gravedad de la situación. Incluso ahora, a la fecha de escrito este artículo, cuando estamos previniendo o esperando la segunda gran ola de infectados.

Sin embargo, no todos los que se contagian requieren de atención hospitalaria. En Chile, hasta agosto de 2020 la tasa de incidencia de COVID-19 reportada por el ministerio de salud era 2054,8 por cada 100.000 habitantes, mientras que 154,8 de cada 100.000 chilenos se hospitalizaban por esta enfermedad (3). El número resulta sorprendentemente alto y ha mantenido al sistema de salud en una situación muy complicada, pero que ha logrado manejar. Esto se ve reflejado en que nuestro país no ha llegado a la máxima capacidad de sus ventiladores mecánicos (última línea de salvataje de los casos más complicados de coronavirus), situación que países como Italia enfrentaron “tal y como si fuese una guerra” (4), donde el personal de salud se vio enfrentado a la decisión: ¿Qué pacientes graves pasan a ventilación mecánica y cuáles no?

Desde este punto en adelante, será una reflexión puramente basada en principios éticos y moral común occidental, dado que no existe una respuesta clara ni definitiva. Cada país tiene sus propias normativas para este caso extremo, basándose en sus legislaciones locales (develando la ética sobre la que se sustentan), las cuales no necesariamente son perfectas.La situación ha permitido que se comience a abrir un debate a lo largo de todo el globo, donde la gente se replantea preguntas respecto al valor de la vida humana, sus límites y necesidades.

Un médico jura desde su primer día, que su actuar “será en beneficio de los enfermos y les apartará del perjuicio y el terror” (5), afirmación que no deja mucho a la interpretación. Un médico no puede hacer daño a sus pacientes, mucho menos matarlos. De hecho, en eso se fundamenta en parte el principio de No Maleficencia (parte de la Bioética Principalista, corriente de pensamiento fundamental para el mundo de la medicina) (7).

Puede que en el día a día no sea tan difícil seguir esta lógica, pero ante la crisis máxima en situación de pandemia, cuando escatiman ventiladores y llega el momento de decidir a quién va a salvar y a quien no, lo que antes era un simple blanco y negro se torna gris. En este contexto, la decisión del médico debe guiarse por la ley de su país y no por su criterio o la corriente bioética en la que crea, pues, de lo contrario, se exponen a demandas.

En Chile, este contexto se denomina “situación de catástrofe” (6), dónde se dirigen los recursos del sistema hacia los pacientes “que pueden ser priorizados con la intención de maximizar el beneficio global” (Manual Covid 19 para equipos de salud, página 24, (6)). Claramente, las decisiones se toman desde un punto de vista de sociedad y no individualizada paciente a paciente, siguiendo principios que aparentan ser de la bioética utilitarista (una corriente práctica, donde se califica como “bueno” aquello que produce el mejor resultado para la mayor cantidad de individuos, siendo una corriente impersonal, con criterios hedonistas y fundada solo en el consecuencialismo) (7).

Para hacer esta priorización, se considera una serie de factores que a grandes rasgos son la “edad, comorbilidades, la gravedad de la enfermedad, el compromiso de otros órganos y la potencial reversibilidad de los mismos” (Manual Covid 19 para equipos de salud, página 24). Todo esto debe ser evaluado asociado a otros factores, como “el juicio de proporcionalidad terapéutica, tales como voluntades anticipadas” (6). Asimismo, debe haber un plan de contingencia por cada centro o grupo de centros hospitalarios, que planifique con anticipación la distribución de los pacientes entre diferentes áreas geográficas, por si no dan abasto.

Pero detrás de toda esta organización y legislaciones, están los pacientes, es decir, personas iguales a cada uno de nosotros. Puede ser nuestra abuela, madre, hermano, amigo, pareja, quien sea. Es muy difícil la sola idea de aceptar que un ser querido nuestro o incluso nosotros mismos, podamos morir de esta forma por favorecer la vida de un extraño que un papel médico dicta que es de alguna forma “mejor” que nosotros. Los mismísimos derechos humanos señalan en su primer artículo que todos poseemos dignidad por el solo hecho de ser personas (9), ¿pero es realmente digno morir por hipoxia porque no se compraron suficientes ventiladores mecánicos?

Ciertamente, el sistema siempre tendrá la responsabilidad de dar su máximo posible y salvar a la mayor cantidad de gente, pero tiene sus límites. Los límites establecidos deben tener criterio detrás, son tan humanos como nosotros y pueden equivocarse tanto como nosotros. Es aterradora la idea de que se comentan errores y que el precio sean vidas humanas, pero mientras el sistema sea controlado por humanos, habrá siempre errores humanos. Esta es una realidad poco placentera que debemos aceptar.

Más allá del problema de disponibilidad o legislaciones, no podemos olvidar al personal de salud. ¿Qué ser humano es capaz de determinar quien vive y quien muere? ¿Qué criterios determinan y justifican esa decisión? ¿Son los correctos? ¿Según quién? Sin duda nadie quiere estar en esa situación, pero la pandemia nos ha hecho enfrentarla cara a cara. Con esto en mente, sufren los pacientes, sufren sus familiares y sufre el propio equipo médico. Las situaciones de catástrofe son instancias horribles, donde nadie gana. Incluso aquellos que sobrevivan sabrán que cada aliento que toman es gracias a que alguien más murió por ellos. Un peso demasiado grande que no se le puede desear a nadie.

Es imposible pasar por alto lo que podría ser la pregunta más importante de este contexto: ¿por qué priorizan los protocolos de catástrofe a ciertas personas sobre otras? Esto es lo más controversial de este tema. ¿Por qué salvamos como sociedad al joven deportista de 20 años sobre el vulnerable abuelo jubilado? Como ya se ha dicho, ninguna vida vale más que otra, ningún ser humano está sobre otro, sin embargo, estos protocolos involucran decisiones que aparentan descartar esta idea por completo.

Si uno se arma de una mente fría y piensa respecto al funcionamiento de la sociedad y del sistema, se vuelve casi “obvia” la idea de que los pacientes jóvenes, no solo tienen mejores chances de sobrevida, sino también un potencial de servicio y producción mucho más alto para la sociedad, que aquel otro ser humano de edad avanzada que ya dio un cierre a su actividad productiva y ahora es mantenido por su jubilación. Pero este pensamiento se basa en una concepción utilitarista, considerando al ser humano como un objeto desechable, y pasa por alto cualquier grado de humanidad de aquel adulto mayor, ignora su valor.

Todo sucede porque la decisión se está tomando basada exclusivamente en condiciones biológicas y técnicas. Es algo que nadie con sentido común estaría feliz de aceptar. ¿Qué pasa si el joven de 20 años es un asesino/violador desquiciado que no muestra señales de arrepentimiento o motivación alguna por abandonar sus malos actos, mientras que el adulto mayor sea una persona honesta con buenas condiciones para 5 o 10 años más? ¿Vamos a proteger como sociedad la vida de una persona así sobre un ser de bien?

Por temas legales y éticos, los médicos no podrían obrar de jueces y salvar al adulto mayor sobre el joven, más aún, ¿siquiera estaría bien que le diéramos ese poder de decisión a los trabajadores de la salud? Sin duda, hay más preguntas que respuestas, si uno va caso a caso como en este ejemplo, aparecerán una inmensidad de situaciones “especiales” que generan esta angustia por indecisión, pero la respuesta del sistema de priorizar a la gente con mejores condiciones biológicas nunca va a ser cómoda, pues siempre alguien morirá. Siempre el médico deberá dejar morir a uno de sus dos pacientes (no literalmente, pues tendrá que tomar otras medidas de manejo en aquel que no reciba ventilación mecánica, pero la mortalidad de un paciente que no puede ventilarse por sí solo, como se imaginarán, es altísima).

Para finalizar, tal como lo señaló el Doctor en Filosofía Joaquín García Huidobro: “Aunque resulte incómodo, no tenemos un criterio único que nos permita decidir sin duda alguna a quién asignamos la última cama. Estas cuestiones no se resuelven con algoritmos ni con criterios puramente técnicos” (10). La decisión se debe tomar desde el punto de vista de la bioética, no desde uno técnico, como se está haciendo. Es un sistema sin consideración por la humanidad de los pacientes. La pandemia nos ha enfrentado a este planteamiento, como nunca antes en la historia de la medicina, más aún, en la historia conocida. Sin dudas, ha primado una mirada utilitarista realizando una paradoja sarcástica: por intentar salvar personas, dejamos morir personas.


Bibliografía

  1. Noticias Google, plataforma de recopilación y resumen de múltiples fuentes globales y locales de la incidencia diaria del COVID-19 en el mundo https://news.google.com/covid19/map?hl=es-419&gl=CL&ceid=CL%3Aes-419  (consultado el 14 de octubre de 2020).
  2. Recolección ministerial chilena de la incidencia diaria del COVID-19 en Chile. https://www.minsal.cl/nuevo-coronavirus-2019-ncov/casos-confirmados-en-chile-covid-19/  (consultado el 14 de octubre de 2020).
  3. Informe epidemiológico MINSAL Nº41: Enfermedad por SARS – Cov -2 (COVID-19). Departamento de epidemiología MINSAL. https://www.minsal.cl/wp-content/uploads/2020/08/Informe-Epidemiologico-41.pdf
  4. Coronavirus en Italia | «La sala de emergencias se está derrumbando»: la dramática situación que deben enfrentar los médicos que atienden a pacientes con covid-19 en el país europeo. BBC News Mundo. https://www.bbc.com/mundo/noticias-51919561 Consultado el 14 de octubre de 2020.
  5. Juramento hipocrático, obtenido por el colegio médico de Chile. http://www.colegiomedico.cl/documentos/juramento-hipocratico/  Consultado el 14 de octubre de 2020.
  6. Soto L; Manual COVID-19 para equipos de salud. Escuela de medicina. Universidad Finis Terrae. https://medfinis.cl/img/manuales/Manual%20covid.pdf  Consultado el 14 de octubre de 2020.
  7. Siurana J; Los principios de la bioética y el surgimiento de una bioética intercultural. Veritas n.22 Valparaíso mar. 2010. https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-92732010000100006  Consultado el 14 de octubre de 2020.
  8. Ortiz Llueca, E; BIOÉTICA PERSONALISTA Y BIOÉTICA UTILITARISTA. Cuadernos de Bioética, vol. XXIV, núm. 1, enero-abril, 2013, pp. 57-65 Asociación Española de Bioética y Ética Médica. Murcia, España. https://www.redalyc.org/pdf/875/87527461007.pdf
  9. Declaración universal de los derechos humanos, tomada de la página de las naciones unidas. https://www.un.org/es/universal-declaration-human-rights/  Consultado el 14 de octubre de 2020.
  10. García-Huidobro, Joaquín, «La carta de Abraham», Diario El Mercurio, 12 de abril 2020.Imagen: https://www.latercera.com/que-pasa/noticia/como-funciona-un-ventilador-mecanico/XZ3USOHIVFAONFTGUXPIEICEAA/