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Una introspección insoslayable

Una introspección insoslayable

5 agosto, 2022

POR ZINDIRELLA SIERRA DÍAZ. ESTUDIANTE DE DERECHO U. FINIS TERRAE.

A nivel global las personas se vieron enfrentadas a una pandemia sin precedentes, las problemáticas relativas a salud evolucionaron a tópicos de índole económico y social que se ramificaron en obstáculos hacia tareas, tiempos de esparcimiento y obligaciones colectivas; afectando así la educación, vivienda, transporte, ingresos, libertad personal, entre otros.

Las medidas adoptadas por las entidades gubernamentales en dirección al plan de contingencia (cuarentenas y limitaciones de movilidad) impidieron y dificultaron la interacción propia e intrínseca del ser humano como animal social, naturalmente formado para la convivencia[i] en ambientes estructurados, por ejemplo, aulas estudiantiles, espacios laborales y familiares; desencadenando un déficit en el desarrollo psicológico y síntomas como ansiedad, depresión y aislamiento[ii]. Visto desde aquel enfoque, el Covid19 y sus variantes significaron a nivel mundial una restructuración en la vida del individuo.

La formación y experimentación de la identidad e ideología personal como filosofía de vida se alcanza a través de una búsqueda activa, sesgada hoy por el distanciamiento social, por lo que, el adulto joven, vive hoy una observación y reflexión íntima prácticamente obligatoria. Fue la situación país que arrastró a los jóvenes a un espacio de retraimiento, un espacio desconocido e inexplorado, un reto, una odisea e incluso un tormento. Esta población económicamente activa vive constantes estímulos y preocupaciones referentes al trabajo y la salud, lo que perjudicó de manera directa a su autoestima, entendida como la confianza en nuestra capacidad de pensar, de enfrentarnos a los desafíos básicos de la vida, en nuestro derecho a triunfar y a ser felices; el sentimiento de ser respetables, dignos y de tener derecho a afirmar nuestras necesidades y carencias, alcanzar nuestros principios morales y gozar del fruto de nuestros esfuerzos[iii]. Es entonces que la autoestima es una necesidad fundamental del ser humano[iv], a falta de esta se puede generar un fuerte sentimiento de inferioridad que lleva a una suerte de auto castigo, de no ser merecedor de felicidad.

La persona está influenciada por los grupos sociales a los cuáles pertenece, en contexto de pandemia, la soledad, el aislamiento y la incomunicación han hecho de plataformas informales e interpersonales canales exclusivos de comunicación y verdad. Además, el sobreuso de redes sociales se relaciona estrechamente con enfermedades y condiciones mentales; entre ellos depresión, síndrome de déficit atencional con hiperactividad, insomnio, disminución de horas total de sueño y disminución del rendimiento académico4. Por otra parte, en relación a juegos en línea, frente a conductas adictivas, se denota deficiencias en la toma de decisiones, resultando así en respuestas agresivas y dificultad para aceptar y/o trabajar sobre retroalimentaciones por parte de terceros[v]. Y es que la idealización e hipersexualización, también muy presentes en las redes sociales, impactan de manera negativa en el ámbito de la autoestima, ya que se tiende a comparar bajo estereotipos culturales y sociales una imagen corporal irreal y superficial, casi maquetas y caricaturas perfectas, lo que puede resultar frustrante e incluso inquietante para aquellos que padecen de una enfermedad mental.  Nos engañamos y olvidamos que en lo imperfecto está lo bello y especial de cada uno.

La rutina de la vida moderna se caracteriza por dejos de deshumanización, por lo que, frente a la pandemia, se sufrieron experiencias negativas, se vivió el conflicto con notable emocionalidad y en ocasiones de manera irracional y pasional. Sobre la salud mental, imposibilitó a varios el participar de los principios más elementales de la convivencia negociada y/o democracia, ya que se demostró que las personas sometidas a alto estrés pueden sufrir de una importante y peligrosa angustia, que puede resultar en un deterioro significativo en sus relaciones sociales, resultando en trastornos de la adaptación y trastornos depresivos mayores (TDM)6. Los pacientes con enfermedades mentales anteriores, tras la interrupción del tratamiento por dificultades en el seguimiento, limitaciones en la atención y disponibilidad de psicofármacos, puede precipitar comportamientos imprudentes por compromiso del juicio y, por ende, participar en conductas de riesgo que generen dificultades para seguir instrucciones y órdenes públicas generales, lo que se traduce en riesgo de violación de las medidas destinadas a controlar el brote e incluso a transgredir normas de conducta[vi].

No obstante, personalmente creo que no se debiese atribuir al conflicto una carga negativa tajante, sino contemplarlo como un impulsor reestructurador. También es posible visualizar la pandemia como motor del cambio tanto en su aspecto político, económico, social y tecnológico, en particular por las ayudas y políticas públicas sociales en auxilio al bolsillo del chileno, tales como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), préstamo solidario, retiro de 10% sobre AFP, entre otros. Lo que concluyó en un mayor movimiento económico de oferta y demanda, fortalecimiento de pymes y en general el auxilio propio del Estado como una institución creada para y por la persona humana.

En definitiva, dentro de Latinoamérica, Chile es uno de los países con los mayores indicios de suicidio, específicamente ocupa el cuarto lugar después de Guyana (26,2 por 100 mil habitantes), Surinam (23,3) y Uruguay (14,2). Le siguen Trinidad y Tobago (10,7), Estados Unidos (10,1), Cuba (9,9) y Canadá (9,7)[vii], lo que se contrapone a sus índices de ganancias comerciales. Pareciera que es un país rico en el ámbito monetario, pero pobre en salud mental, se refleja entonces un notable abandono hacia las personas, un grave daño hacia la vida espiritual, una trasgresión a la dignidad humana.  Se necesita atacar las falencias de salud mental de manera integral, desde una perspectiva de salud pública incluyente, ya que algunas investigaciones muestran de diversas formas que cuando se les da ciertos privilegios económicos y sociales a los grupos, eso conduce a sus miembros a adoptar prejuicios y a estigmatizar a los miembros de grupos desfavorecidos[viii]. Se necesita el disminuir la brecha, cambiar y mejorar los índices traídos a colación, si no se sitúan como precedentes y antecedentes que formarán parte imborrable de nuestra historia, cultura, políticas e incluso economías, las que en consecuencia afectarán y seguirán afectando a aquellos vulnerables y vulnerados, induciendo e impulsando la injusticia, la falta de oportunidades, el sufrimiento, la violencia, la deshumanización. En conclusión, todos aquellos vicios que atacan y destruyen a la sociedad y su fin último, el bien común, así como la sonrisa natural en aquel rostro que la impunidad y el abandono logró borrar.

En cuarentena, ya después de las incertidumbres iniciales frente a una situación desconocida, nos encontramos solos en la madrugada, pensando sobre nuestros actos e infortunios, tuvimos tiempos de arrepentimientos, espacios de misericordia por quienes no poseen nuestros privilegios, porque la moral no es una subjetividad.

No podemos ser pesimistas, ¿qué sería de la vida sin el sufrimiento? No podríamos experimentar la divinidad de la misericordia, ¿qué sería de nosotros en una vida perfecta? Cuando la tristeza nos enseña la belleza de la vida y ayuda a construir resiliencia.  Trascender el propio bienestar para incluir la alteridad y poder llegar a un compromiso con la humanidad, es la siguiente dimensión[ix], donde nos daremos cuenta al fin que nuestra plenitud está en la sonrisa ajena, aquella con la que quizás nunca crucemos miradas, pero que hará entender el motivo de la vida, amar.

Mi introspección me mostró que hoy entregar amor es un acto de valentía y sapiencia, el egoísmo por mucho tiempo se disfrazó de algo positivo, mostrándose como autocuidado e incluso amor propio. Así durante los principios de pandemia logró arremeter sin caretas forzadas, cada día sintiendo menos sonrojo, ya que se vio a sí mismo como la base de la toma de decisiones humanas, ¡y cómo no! Si aunque tenemos ojos no queremos ver, en un mundo mortal nos miramos como omnipotentes, porque el egoísmo es el padre de la soledad e hipocresía, alimenta a nuestras carencias hasta que aquellas nos devoran.

La pandemia nos llevó a una introspección insoslayable, donde nos ensimismamos, lloramos, reímos y aprendimos, nos recordó la fragilidad del ser humano, la belleza de lo incierto, lo sublime de un abrazo sincero, que las palabras de amor no se las lleva el viento y que en las miradas está la verdad.


Referencias

[i] Aristóteles. Ética a Nicómaco, Edición bilingüe y traducción de María Araujo y Julián Marías, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1994.

[ii] Rubio, G. y  López,  F. La salud mental de los adolecentes, en crisis por la pandemia: ¿Cómo evitar cmplicaciones futuras? The conversation. 2021.

[iii] Branden, N. Los seis pilares de la autoestima, Barcelona. 1995.

[iv] Committee on Public Education. American Academy of Pediatrics. Media violence. Committee on Public Education. 2001.

[v] Morales, F. y Yubero, S. El grupo y sus conflictos. Ediciones de la Universidad de Castilla – La Mancha. 1999.

[vi] Huremovic, D. Psychiatry of pandemics: A mental health response to infection outbreak. Switzerland: Springer International Publishing. 2019.

[vii] OPS. Mortalidad por suicidio en las Américas. 2014.

[viii] Brieba, D. El estallido social en Chile desde el igualitarismo relacional de Elizabeth Anderson. Revista de Sociología, 35(1). 2020.

[ix] Carpena, A. La empatía es posible: Educación emocional para una sociedad empática. Bilbao: Desclée de Brouwer, 2015.