En la actualidad la normativa legal chilena señala que las drogas son “todas las sustancias naturales o sintéticas que, introducidas en el organismo, alteran física y síquicamente su funcionamiento y pueden generar en el usuario la necesidad de seguir consumiéndolas. Esto incluye sustancias cuya producción y comercialización es ilegal (como el LSD), sustancias legales de consumo habitual (como el alcohol o el tabaco) y fármacos de prescripción médica (tranquilizantes, por ejemplo), que pueden ser objeto de un uso abusivo.”[i] Pero estas restricciones no siempre fueron tan fuertes y definidas como lo son hoy.
Durante fines del siglo XIX y el transcurso de todo el XX, llegaron a Chile una variedad de drogas que se podían adquirir y consumir comprándolas en farmacias, conocidas entonces como las denominadas boticas. Los avances de la tecnología y la medicina permitieron que muchas enfermedades que antes eran desconocidas comenzaran a ser apreciadas, por lo cual comenzaron a ser diagnosticadas y con ellas distintos remedios que dieran solución a las dolencias. El problema era que estos fármacos no sanaban las enfermedades, sino que por el contrario, solo controlaban los dolores, además si se consumía por demasiado tiempo estos provocaban adicción.
Teniendo pocos conocimientos de los efectos secundarios de estos medicamentos se dio comienzo al fenómeno de tráfico y consumo de estupefacientes, por lo cual, se forma una irremediable relación de coparticipación en la venta y uso de las drogas. En cuanto a esta temática el historiador Marcos Fernández en su libro Drogas en Chile 1900-1970, establece que durante el siglo XX se generó un discurso en el cual “ni los consumidores ni los traficantes ni las instituciones se comportaban como debían, porque eran parte de la realidad.”[i]
Las drogas que comenzaron a consumirse en Chile en forma gradual y de manera extra médica fueron el opio, la cocaína, cáñamo indiano y la morfina, las cuales podían encontrarse en las boticas, droguerías y farmacias, vendidas bajo recetas médicas. Algunos farmacéuticos expresaron su preocupación ante este tipo de distribución, debido a que los consumidores conseguían estas sustancias con recetas robadas o en otros casos algunos médicos las otorgaban a cambio de dinero. La ley regulaba y penaba este tipo de hechos de modo escaso, pues los castigos se reducían a multas y reclusión menor en su grado medio a quienes fabricaran sin autorización estas sustancias, según el Código Penal de 1875, mas quienes eran consumidores no eran sancionados en forma alguna.
Los encargados de prescribir esta clase de sustancias narcóticas eran los médicos y los farmacéuticos. “En tal sentido la receta de un médico permitía la compra de los tóxicos deseados, y estos solo se distribuían por medio de las boticas. Fuera del uso estrictamente medicinal, ya en 1920 se hacía notar primero la regularidad con que las recetas médicas pasaban ‘…de mano en mano, sirviendo a todos los que quieran hacer uso de ella’”[ii]
El consumo se hizo cada mayor debido a que aliviaba los dolores, pero como se mencionó anteriormente, estos narcóticos no tenían más efecto que ese, pues no los eliminaba, por ende la suministración de este tipo de medicamentos de carácter anestésico era bastante riesgosa dado que con el tiempo genera vicio o adicción.
La fiscalización comenzó a ser un poco más estricta hacia la década de 1920, debido a que la venta ilegal cada vez era mayor, sobretodo en el norte de Chile, en las zonas mineras, lugar en que la intervención de la Dirección General de Sanidad (DGS) no tenía mayor acceso por la gran cantidad de población. En estos lugares la venta ilegal de estas drogas se daba en mayor medida en las pulperías de la zona, los que se definen como establecimientos comerciales que abastecían a la población de comida, alcohol, velas, remedios entre otros. La venta ilícita de hoja de coca en la pampa salitrera era cada más grande, y desde estos sitios se trasladó a los puertos y ciudades, por esta situación la DGS inició una persecución más rigurosa, además de ello. Algunas medidas más concretas que se tomaron con el fin de detener el avance de esta droga entre la población, fueron cerrar las farmacias a las 20 horas, encarecer el producto y disminuir la oferta, pero es necesario destacar que esta medida tenía por objetivo regular la venta, más que detener el consumo por adicción. “El sentido lato de la normativa se dirigía no en contra de un consumo recreativo o “vicioso” de los medicamentos, sino contra la posibilidad de que fuesen adulterados, generando con ella peligros fatales para la salud pública.”[iii].
Lo cierto es que la cantidad de inspectores del DGS no daban abasto para fiscalizar las 800 boticas existentes a lo largo del país en la década del veinte, y ante esta problemática un médico de la época, don Víctor Grossi publica un artículo conocido como “Los venenos sociales en Chile”, en el cual explica que “… el tráfico por las boticas se hace con frecuencia pasmosa. Son numerosos los farmacéuticos que se han dejado tentar por este comercio delictuoso, atraídos por los grandes beneficios que reporta la venta de las drogas; ellos explotan las pasiones de las víctimas, seguros de que no han de retroceder ante el precio que se les pida…”[iv].
La única exigencia a la hora de conseguir estos fármacos, tal como se explicó con anterioridad, era una receta médica, y ante la ley no se podía comprobar la culpabilidad de los farmacéuticos. Además, por las regulaciones que el Estado comenzaba a aplicar en las boticas, surge en Chile otro tipo de circulación de estas sustancias. Es en este periodo en el que los traficantes de drogas comienzan a tomas protagonismo, pues son ellos quienes introdujeron los fármacos en “espacios de sociabilidad y diversión”, según explica el historiador Marcos Fernández, creando, de este modo, una nueva red de consumidores, vinculándose con el ambiente bohemio y delictual.
“…queda de manifiesto que el principal eje de control de narcóticos en el Chile de las décadas de la primera parte del siglo XX fueron las farmacias y boticas, y por ello la regulación afectó en lo específico a tales establecimientos y las transacciones que a su interior se desenvolvían. (…) ya en 1926 se prescribía la obligatoriedad –de acuerdo con el Reglamento de Boticas de ese año– por parte de todo agente vendedor de drogas de portar un carnet de identificación, visado y timbrado por la autoridad sanitaria correspondiente. Del mismo modo, a inicios de 1928 fue elaborado un protocolo de control de la salida y entrada de alcaloides desde las boticas, debiendo indicarse en cada expendio y en un libro foliado: el tipo de droga vendida o comprada, la cantidad, el nombre del comprador o vendedor, y el número de la receta, la dirección del paciente y los mismo datos con respecto al médico suscriptor de la dosis prescrita.”[v]
La regulación de las boticas durante la primera mitad del siglo XX era irremediable, debido a que si no se hacía probablemente se caería en redes de corrupción, en un consumo constante y cada vez más generalizado de estos estupefacientes, pero también es cierto que las consecuencias obvias de estas medidas serían el tráfico y la circulación de estas sustancias en lugares de carácter estratégico, en los que los consumidores adictos pudiesen comprar sin restricción. Estas nuevas redes contaban con códigos de lealtad, con proveedores y clientes frecuentes, cosa que para las autoridades resultaba una dificultad debido a que no se podía cuantificar lo invisible. Este nivel de tráfico se ha hecho difícil de controlar hasta la actualidad
[i] Fernández, Marcos. Drogas en Chile. 1900-1970. Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Chile. 2012. Pág. 14.
[ii] Ibíd. Pág. 21.
[iii] Fernández, Marcos. “Boticas y Toxicómanos: origen y reglamentación de drogas en Chile, 1900-1940”. Revista Atenea. N° 508 (2013): 73-89. Scielo.http://www.scielo.cl/pdf/atenea/n508/art_06.pdf. Jueves 7 de agosto de 2014.
[iv] Fernández, Marcos. Drogas en Chile. 1900-1970. Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Chile. 2012. Pág. 25.
[v] Fernández, Marcos. “Boticas y Toxicómanos: origen y reglamentación de drogas en Chile, 1900-1940”. Revista Atenea. N° 508 (2013): 73-89. Scielo.http://www.scielo.cl/pdf/atenea/n508/art_06.pdf. Jueves 7 de agosto de 2014.