Colonia del Sacramento es una ciudad de Uruguay que está a una hora de Buenos Aires atravesando el Río de la Plata por medio de un ferrie. Tomamos el barco de la empresa Buquebus a las 8:30 am del jueves 17 de julio, y arribamos a las 9:30 hrs. Colonia está a tres horas –por tierra– de Montevideo, nuestro destino principal. Este pueblo es completamente diferente a la capital argentina: es aburrido, es tranquilo y es caro. No obstante, hay un producto en el territorio uruguayo que es indiscutiblemente barato: la marihuana. ¿Acaso íbamos en busca del pito perfecto?
No. Porque Uruguay está lejos de ser EL paraíso del cannabis. No es Jamaica ni tampoco habrá un Bob Marley. Mujica sí está cerca de figurar como uno de los presidentes que más ha dado que hablar en la palestra internacional. La humildad y su fuerte compromiso con los asuntos sociales, han situado a este mandatario como un modelo a seguir dentro del continente pero también ha sido visto como una amenaza por el conservadurismo. El “Pepe” está demasiado lejos de ser el viejito buena onda, medio hippie, que de un día para otro se le ocurrió despenalizar la marihuana. El proyecto de ley no fue algo al azar. Nuestro viaje tampoco.
La ocupación de las cárceles en Montevideo excedía, hasta el año pasado, la capacidad física y éticamente normal. El hacinamiento, el cual alcanzó en el año 2012 un 138%, fue un grave problema que provocó que los recursos del país se malgastaran. “El promedio de reos que habitan las cárceles más grandes, o sea de la capital, es de 6000. Si hay 6500 ya está colapsado. Hace dos años atrás se llegó a tener 10 mil presos en un recinto”, señaló Daniel Martínez, diputado socialista del Frente Amplio. Las cárceles que protagonizaban estas cifras eran la Central de Montevideo y la de Punta de Rieles.
A Martínez lo conocimos al 2do día de nuestra estadía. El día viernes 18 de julio, en el Parque Battle frente al obelisco de la ciudad, se celebró el día de la independencia uruguaya. Caballos, muchos caballos. Uniformados, autoridades varias, Mujica, gente de la tercera edad, niños, vendedores ambulantes, público en general. Todos entonando el himno nacional con un gesto devoto. Desde atrás, junto a mi amiga Daniela mirábamos sin saber nada. De repente, llegó un tipo de no más de 30 años que detectó nuestra cara de desconcierto clase turista y nos explicó el motivo de dicha conmemoración. “Soy Daniel, Daniel Martínez. Diputado del Frente”, sonrió. Desde ahí lo bombardeé con preguntas.
En el 2009, la legislatura uruguaya castigaba como narcotráfico a quien portará desde dos gramos o más de marihuana. Para la pasta base, aplicaba el mismo límite. “Si vos te pasabas de los dos gramos, eso dejaba de ser auto consumo. Pero ¿es lo mismo consumir pasta base a que fumar hierba?”, cuestionó Martínez. No. Por supuesto que no lo es. Aquella incoherencia legislativa se gestionó en el gobierno de Tabaré Vásquez, quien antes de Mujica también fue presidente. Cuando Mujica asumió en el 2010, el tema de las drogas y la ocupación de las cárceles era un problema país. En el 2012, aquella brecha de lo que se consideraba “narcotráfico” se amplió. En el caso del cannabis, desde los 10 gramos se consideraba delito y en el caso de la pasta base el margen se mantuvo. “Obviamente que fue una estupidez. Dos es imposible que sea micro, narco, qué sé yo. Pero con 10 gramos, eso sí es exagerado”.
Pese a que el límite era generoso –en el caso de la marihuana– las penas eran duras: “Si te pillaban con los 10 gramos, no tenías derecho a reclamo. Nada, ningún alegato ¡Te ibas pa’ adentro! Te podían dar cinco e incluso siete años de prisión”, explicó el diputado. Y fue así como en pabellones donde tenían que albergarse a 1200 reclusos terminaron por haber 2000. Y también, como en una pieza donde debían dormir cinco internos, llegaron a convivir 11. El hacinamiento fue un arma de expansión masiva.
En diciembre de 2013, con 16 votos a favor del Frente Amplio y 13 en contra del Partido Nacional, el Congreso tomó una decisión arriesgada: despenalizar de forma completa el autoconsumo. Desde entonces, ya no había límite de gramos ni penas alternativas.
La despenalización se articuló bajo tres vías: El autocultivo, que permite a todo residente uruguayo tener no más de seis plantas y cosechar como máximo 480 gramos al año; La entrada y membresía a clubes cannábicos, en donde se requiere tener la nacionalidad y ser mayor de 21 años; Y la distribución en farmacias, la que autoriza la compra de cannabis con fines medicinales o recreativos a cualquier ciudadano con certificado de residencia y nacionalidad, mayor de 18 años. Hasta hoy, la 3ra vía, la de ventas en farmacias, es la única que está en marcha. Las otras dos todavía están a la espera de concretarse.
Es sábado. Luego de haber pasado toda la tarde en Punta del Este y parte de la mañana en dicha celebración, el panorama que nos depara nuestra estadía es un citytour que venía incluido en el pack de Buquebus. La guía, una mujer que está al borde de los 40, agarra el micrófono y comienza a hablar en tres idiomas distintos y a describir cómo es Montevideo. La obviedad de la locutora llega a ser torpe: “Este es un edificio antiguo” “Esta es la avenida principal, aquí transita mucha gente”, etc. Desde los últimos asientos, un brasileño le pregunta, entre broma y verdad, sobre lugares donde ir a comprar maría. Sin risas y en tono totalmente serio, la uruguaya murmura, alejándose del micrófono “turistas, turistas ¿por qué son idiotas?”.
Más allá de la imprudencia, a Marta Piñeiro –protagonista del tour– le causa rechazo el tema de la marihuana porque su hijo Guillermo fue arrestado por llevar cinco gramos de hierba, en el 2012 cuando tenía 19 años. Estuvo a punto de obtener una pena de seis años; no obstante, el cambio en la legislatura lo salvó: finalmente tuvo que cumplir con reclusión nocturna por dos meses y otros cuatro de firma semanal. “A los hijos del jefe los pillaron como con 15 gramos y fue en Punta del Este, a la salida de un boliche bien conocido, donde van puros nenes millonarios”, señala la guía turística. Y no, los jóvenes que manejaban un BMW deportivo no cayeron presos ni tuvieron que pagar multa. Cuando a Marta se le consulta sobre su postura frente a la actual situación de despenalización, ella dice sentirse dividida: “Como madre, por supuesto que creo que la marihuana es dañina, tanto para la salud como para la moral de los jóvenes. Pero sí, estoy de acuerdo con la legislación. Creo que como política pública fue una buena decisión y de no ser así, mi Guille todavía estaría en la cárcel”.
Tabaré Vásquez está en todos lados. Su sonrisa “pepsodent”, sus arrugas retocadas con photoshop, su cabellera canosa y su corbata, se pueden apreciar en gigantografías, en portadas de diarios, en la televisión e incluso en graffitis. El candidato del oficialismo apunta en las encuestas con un 42% de aprobación, mientras que su opositor, del Partido Nacional, se defiende con un 27%. El resto de los puntos se divide entre el candidato independiente y el del Partido Colorado.
Médico de profesión y político de vocación, Vásquez es una contradicción. Es, como todo político que quiere gobernar por 2da vez, un lobo vestido con piel de oveja. La prensa uruguaya y algunos medios extranjeros han centrado su atención en cómo va a gobernar, si es que va a seguir la misma línea que su antecesor. Y con “misma línea” se habla, por supuesto, de economía, políticas públicas, educación –y por sobre todo– la despenalización de la marihuana. En el diario uruguayo El País (edición online, del 28/08/2014) el ex presidente señaló: “no hay que consumir marihuana, simple y llanamente no hay que consumirla”. Junto a esto, también especificó que bajo su mandato la rehabilitación será un aspecto en el cual se trabajará arduamente. Otra controversial declaración dicha por el socialista fue en El Observador: “Si la legalización del consumo de marihuana ayuda para que no se consuman otras drogas, bienvenida sea, pero hay que demostrarlo». No obstante, Vásquez –cuando aparece junto a Mujica y sube algunos puntos en las encuestas– también ha manifestado que sí está de acuerdo con el proyecto de ley. El militante del Frente Amplio se ha pisado la cola en más de una ocasión.
En Montevideo la gente consume marihuana con total calma y libertad. Fuman en la Plaza de la Independencia como también cerca del Puerto o enfrente del Mercado Central. Lo hacen adultos, jóvenes e incluso algunos ancianos. En la noche, en el día, a media tarde, con mate o sin mate, a la orilla de la Playa de Pocitos o en Punta del Este. Gran parte de la población uruguaya se ha abierto al cannabis y por lo que pude apreciar, lo hacen con una actitud más cercana al orden cívico que a un frenesí adolescente tipo paz y amor, o verde-amarillo y rojo. El que quiere fuma y el que no, no. Hay un mutuo respeto entre ambas partes. Y también existe un diálogo entre el Estado y la ciudadanía en donde se establece un contrato de derechos y deberes. La Ley pondrá mucho énfasis en el máximo de gramos que se puedan consumir y cosechar, lo mismo ocurrirá con las recetas médicas y la inscripción de residentes uruguayos. Sin embargo, hay otros factores por discutir en el futuro. Aún no se define quién distribuirá comercialmente las semillas: si los empresarios o los pequeños agricultores. Y lo más importante, todavía no se tiene certeza si es que la total despenalización (en sus tres vías concretadas) será un impacto para los menores de edad y una puerta de entrada hacia otras drogas.
Es martes 22 de julio y nos encontramos en el puerto de Montevideo, a la espera del buque que nos regresará a Buenos Aires. Son casi las seis de la tarde. Tabaré Vásquez está en Colonia del Sacramento, en el Liceo General. Por lo que me anticipó el diputado Martínez, el candidato a la presidencia de Uruguay se encuentra de visita en el pueblo con motivo de presentar su libro “Crónica de un mal amigo”, una investigación que argumenta y advierte –bajo un punto de vista médico– sobre los irreversibles daños a la salud que provoca el consumo de cannabis. Colonia del Sacramento está a casi 200 kilómetros de Montevideo. El militante del Frente Amplio está mucho más lejos que esa distancia de querer aprobar la despenalización. Al parecer, Mujica tendrá que buscarse otra persona con quien tomar un papelillo, moler unas flores y enrolar un pito. Su experimento de la despenalización está peligrando.
Y usted ¿enrolaría con Mujica?